La esperanza en la nueva vida
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En quienes
realmente ha nacido Cristo en su corazón, tienen la certeza de que su
encarnación y nacimiento no son un mero acontecimiento pasado, una fiesta más
que celebrar, sino un hecho real.
Por:
Sem.
Iván Bonilla Trejo
Tercero de Filosofía
“El
dinero y las riquezas materiales se acaban y el poder y el placer son instantes
efímeros que tarde o temprano terminan”
El Año Litúrgico es la celebración y
actualización de las etapas más importantes del plan de la salvación que Dios
ha trazado; es el camino de fe que nos introduce progresivamente en el misterio
de la salvación.
Dentro de este año nos encontramos con
lo que llamamos tiempo litúrgico, que se traslada a momentos de especial
importancia y atención en un aspecto específico.
Esta ocasión reflexionaremos sobre la
Navidad. En este tiempo celebramos la Natividad, es decir, el nacimiento de
Jesucristo, el Emmanuel (Dios con nosotros), lo cual tiene un doble objetivo:
recordar el inicio de la redención humana (de nuestra salvación) y acogerlo
hoy, pues Cristo busca nacer de nuevo en el corazón de todo hombre.
Esto debe iluminar la correcta vivencia
de este tiempo litúrgico en todo hombre que quiera de verdad acoger en su vida
a Jesús. Pero surgen inmediatamente dos preguntas: ¿cómo se puede recobrar el
verdadero sentido de la Navidad en la vida? ¿Cómo se debe vivir esta Navidad,
para que realmente Jesús nazca en su corazón y se alegre recordando el inicio
de su salvación? Hay múltiples y muy variadas respuestas al respecto de las
interrogantes planteadas; sin embargo, me gustaría que centráramos nuestra
atención en una singular: la esperanza.
Spe
Salvi, «en
esperanza fuimos salvados» (Rm 8,24), así comienza la encíclica del
papa emérito Benedicto XVI. Esta es la actitud de vida en la que somos
invitados a configurar nuestra existencia a partir del acontecimiento del
nacimiento de Jesús, en un mundo que parece llevarnos a la nada y a la
desesperanza, envolviéndonos en el materialismo, el mundo del poder, del placer
y de la violencia.
El hombre vive sin esperanza porque Cristo
no ha nacido en su corazón; es decir, no se ha encontrado con Jesús, por lo que
no tiene en el mundo «ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12). Puede el hombre tener dioses,
dinero, poder, placer o riquezas, pero estos no lo conducen a una esperanza
cierta y auténtica porque a pesar de sus dioses están “sin Dios”, y por lo tanto
se encuentran en un mundo oscuro y ante un futuro sombrío.
El dinero y las riquezas materiales se
acaban y el poder y el placer son instantes efímeros que tarde o temprano
terminan.
«No se aflijan como los hombres sin esperanza», dice san Pablo a los Tesalonicenses,
todos los hombres pero especialmente los cristianos debemos tener la certeza de
ver nuestro futuro positivamente, ya que no está destinado a la nada, sólo así
se podrá hacer llevadero el presente.
En quienes realmente ha nacido Cristo en
su corazón tienen la certeza de que su encarnación y nacimiento no son un mero
acontecimiento pasado, una fiesta más que celebrar, sino un hecho real que
cambia la vida. ¡Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una
vida nueva!
Esto es lo que proclamamos y celebramos
en la liturgia de media noche en la Navidad; Isaías nos presenta al Salvador
que nos ha nacido y que brilla como una luz en las tinieblas.
Por este acontecimiento la fe cristiana
no es una simple ideología o una moral práctica, sino una vida nueva en Cristo
(Tt 2, 11-14; 3,4-7). El Salvador que
ha nacido trae la paz a los hombres que lo aceptan con humildad.
También hoy se cumplen estas palabras
del Evangelio de Lucas, para quienes con humildad aceptan que Jesús nazca en su
corazón y empiecen una nueva vida llena de la paz de Dios.
Reflexionemos para que esta oportunidad
que Dios nos da de vivir nuevamente la Navidad no se quede sólo en la cena, los
regalos y los buenos propósitos, sino en un cambio de vida motivado por la
esperanza de Cristo que desea nacer nuevamente en nuestros corazones.
¡Alégrense en la esperanza, hoy nos ha
nacido un Salvador! Si hemos de hacer propósitos para esta Navidad, que no sólo
se queden en eso, sino que se conviertan en acciones de esperanza no sólo en
bien de nuestra salvación, sino también para otros que viven sin esperanza.
Les invito a practicar en esta Navidad
las obras de misericordia como nos lo pide el Papa en este Jubileo que hemos
iniciado.
Si nos esforzamos y hacemos la lucha por
vivir así, esta Navidad Cristo nacerá en nuestro corazón y mantendremos no sólo
la pequeña esperanza de un mundo mejor, sino alcanzaremos lo que hizo Santa
Josefina Bakhita, esclava africana que afirmó: “Yo soy definitivamente amada, suceda
lo que suceda; este gran amor me espera. Por eso, mi vida es hermosa”.
Esta Navidad renovemos nuestra vida con
estas palabras; suceda lo que suceda, somos definitivamente amados por este
gran amor que ha nacido por nosotros.
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