Miss Delia
Por: Sem. Arnulfo Cruz
De Jesús
Año de
servicio
· Ha colaborado con adultos, jóvenes y niños, así como con personas discapacitadas;
también ha apoyado en la atención a los enfermos y ha sido ministro
extraordinario de la comunión, entre otros ministerios que le han hecho
disfrutar la vida con alegría.
«Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te
mostraré mi fe» (St 2, 18). Este
texto del apóstol Santiago nos recuerda que la fe de las personas se descubre
en las acciones de la vida cotidiana.
Por esta razón se da a conocer parte de la vida de Ocotlán
Delia Ordoñez Gutiérrez, una de muchas personas que ponen al servicio de Dios su
tiempo, cualidades y vida, además de que han sabido amar su cruz de cada día,
confiando siempre en la misericordia divina.
La señora, mejor conocida en su parroquia como “Miss
Delia”, es una mujer alegre, entusiasta, activa, responsable y honesta.
Ella dice ser frágil como un jarrito de barro, con
defectos y cualidades ante los ojos de Dios. Nació en Cuetzalan, Puebla; sin
embargo, lleva 23 años radicando en la ciudad de Pachuca, pertenece a la
parroquia de El Espíritu Santo, en la cual ha colaborado con mucho entusiasmo y
dedicación.
Con apenas 5 años, acudía al templo en compañía de sus
padres que la llevaban todos los domingos a la celebración de las cuatro de la
mañana, denominada “Misa del alba”, la cual significaba para ellos estar en la
presencia de Dios durante todo el día; desde esa edad se considera feliz de ser
católica.
Un acontecimiento que la llevó a descubrir la presencia y
el amor de Dios en su infancia, fue cuando la mina en la que su padre trabajaba
se derrumbó dejando muchos trabajadores muertos.
Con la incertidumbre, pidió a Dios el milagro de verlo
sano y salvo, y se lo concedió. Al enterarse su papá de las oraciones que su
pequeña hija dirigió a Dios, le dijo que ella nunca estaría sola, pues el Señor
siempre está ahí para cuidar a los que ponen su confianza en Él.
Estas palabras la fortalecieron y la siguen haciendo
fuerte en los momentos de tristeza, como lo fue el día antes de la fiesta de
sus quince años, cuando su padre fue llamado por Dios a su presencia.
Este fue un gran golpe a su fe, y así como este, muchos
otros se siguieron presentando en el ámbito social, familiar y personal, pero
ninguno de estos problemas y retos que como seres humanos vivimos, ha cambiado
el amor que Miss Delia tiene por Dios.
La vida en la Iglesia le ha permitido tener experiencias
extraordinarias; las que más le agradan son el poder compartir su fe con las
personas que no lo conocen, que tienen sed de Él y con las que son marginadas
por discriminación, pues dice que ante los ojos de Dios todos somos sus hijos y
todos merecen ser amados y educados.
Ha colaborado en la catequesis para que reciban los
sacramentos, tanto adultos, jóvenes y niños, así como a las personas con
discapacidad; también ha apoyado en la atención a los enfermos y siendo ministro
extraordinario de la comunión, entre otros ministerios que le han hecho
disfrutar la vida con alegría.
Con tantos años de trabajo en la Iglesia, la señora Delia
cree que uno de los motivos por los que la gente no se compromete con Dios es
por la falta de conocimiento de la fe católica, aunado a las actividades como
el trabajo, diversiones, reuniones sociales, enfermedades y carencias
económicas que absorben gran parte de la vida de las personas.
Con este estilo de vida “es muy fácil encontrar cualquier
pretexto para no comprometerse con Dios y con el prójimo”, dice la Miss Delia.
Desde hace poco, debido a sus problemas de salud, ha
estado durante algunos periodos en los hospitales padeciendo muchos dolores,
pero su enfermedad como tal no la entristece, sino más bien el no poder colaborar
en las actividades de su parroquia como ella lo quisiera.
Por ello, ofrece su sufrimiento a Dios para la salvación
de las almas, abandonándose en la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen
María y recordando que “del Señor siempre recibimos lo que más nos conviene
para nuestra salvación”.
La entrega no tiene barreras, siempre y cuando ofrezcamos
toda nuestra vida a Él, tanto los momentos alegres como los tristes, de salud y
enfermedad, sin reserva y sin miedo, pues el Señor nunca nos abandona. Vivir
amando a Dios es el mejor camino que tenemos para vivir felices a pesar de
nuestros problemas y dificultades.
Que esta sea una invitación a poner en las manos del
Señor nuestra vida, confiando siempre en su palabra, porque si estamos con Él… «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La
aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El
peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha
amado» (Rm 8, 35-37).
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