sábado, 30 de enero de 2016

Historias de vida

Miss Delia


Por: Sem. Arnulfo Cruz De Jesús
        Año de servicio

·      Ha colaborado con adultos, jóvenes y niños, así como con personas discapacitadas; también ha apoyado en la atención a los enfermos y ha sido ministro extraordinario de la comunión, entre otros ministerios que le han hecho disfrutar la vida con alegría.
 

«Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe» (St 2, 18). Este texto del apóstol Santiago nos recuerda que la fe de las personas se descubre en las acciones de la vida cotidiana.

Por esta razón se da a conocer parte de la vida de Ocotlán Delia Ordoñez Gutiérrez, una de muchas personas que ponen al servicio de Dios su tiempo, cualidades y vida, además de que han sabido amar su cruz de cada día, confiando siempre en la misericordia divina.

La señora, mejor conocida en su parroquia como “Miss Delia”, es una mujer alegre, entusiasta, activa, responsable y honesta.

Ella dice ser frágil como un jarrito de barro, con defectos y cualidades ante los ojos de Dios. Nació en Cuetzalan, Puebla; sin embargo, lleva 23 años radicando en la ciudad de Pachuca, pertenece a la parroquia de El Espíritu Santo, en la cual ha colaborado con mucho entusiasmo y dedicación.

Con apenas 5 años, acudía al templo en compañía de sus padres que la llevaban todos los domingos a la celebración de las cuatro de la mañana, denominada “Misa del alba”, la cual significaba para ellos estar en la presencia de Dios durante todo el día; desde esa edad se considera feliz de ser católica.

Un acontecimiento que la llevó a descubrir la presencia y el amor de Dios en su infancia, fue cuando la mina en la que su padre trabajaba se derrumbó dejando muchos trabajadores muertos.

Con la incertidumbre, pidió a Dios el milagro de verlo sano y salvo, y se lo concedió. Al enterarse su papá de las oraciones que su pequeña hija dirigió a Dios, le dijo que ella nunca estaría sola, pues el Señor siempre está ahí para cuidar a los que ponen su confianza en Él.

Estas palabras la fortalecieron y la siguen haciendo fuerte en los momentos de tristeza, como lo fue el día antes de la fiesta de sus quince años, cuando su padre fue llamado por Dios a su presencia.

Este fue un gran golpe a su fe, y así como este, muchos otros se siguieron presentando en el ámbito social, familiar y personal, pero ninguno de estos problemas y retos que como seres humanos vivimos, ha cambiado el amor que Miss Delia tiene por Dios.
La vida en la Iglesia le ha permitido tener experiencias extraordinarias; las que más le agradan son el poder compartir su fe con las personas que no lo conocen, que tienen sed de Él y con las que son marginadas por discriminación, pues dice que ante los ojos de Dios todos somos sus hijos y todos merecen ser amados y educados.
Ha colaborado en la catequesis para que reciban los sacramentos, tanto adultos, jóvenes y niños, así como a las personas con discapacidad; también ha apoyado en la atención a los enfermos y siendo ministro extraordinario de la comunión, entre otros ministerios que le han hecho disfrutar la vida con alegría.

Con tantos años de trabajo en la Iglesia, la señora Delia cree que uno de los motivos por los que la gente no se compromete con Dios es por la falta de conocimiento de la fe católica, aunado a las actividades como el trabajo, diversiones, reuniones sociales, enfermedades y carencias económicas que absorben gran parte de la vida de las personas.

Con este estilo de vida “es muy fácil encontrar cualquier pretexto para no comprometerse con Dios y con el prójimo”, dice la Miss Delia.

Desde hace poco, debido a sus problemas de salud, ha estado durante algunos periodos en los hospitales padeciendo muchos dolores, pero su enfermedad como tal no la entristece, sino más bien el no poder colaborar en las actividades de su parroquia como ella lo quisiera.

Por ello, ofrece su sufrimiento a Dios para la salvación de las almas, abandonándose en la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen María y recordando que “del Señor siempre recibimos lo que más nos conviene para nuestra salvación”.

La entrega no tiene barreras, siempre y cuando ofrezcamos toda nuestra vida a Él, tanto los momentos alegres como los tristes, de salud y enfermedad, sin reserva y sin miedo, pues el Señor nunca nos abandona. Vivir amando a Dios es el mejor camino que tenemos para vivir felices a pesar de nuestros problemas y dificultades.

Que esta sea una invitación a poner en las manos del Señor nuestra vida, confiando siempre en su palabra, porque si estamos con Él… «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado» (Rm 8, 35-37).

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