La vida de San Juan Pablo II y su doctrina para la juventud
En el pensamiento de Juan Pablo II, hoy santo de nuestra Iglesia, hubo muchas prioridades, pero una por la que se desvivía era la de los jóvenes.
Por: Sem. Josafat Lozada González
Cuarto de Teología
Karol Józef Wojtyła Kaczorowska nació en Wadowice, Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el
más pequeño de tres hijos. Vivió la amenaza nazi, por lo que interrumpió sus
estudios para trabajar.
En 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, ingresó a un seminario clandestino de su ciudad natal, donde se formó y al mismo tiempo hacía lo que más le gustaba: actuar en teatro.
Tras la
Segunda Guerra Mundial se ordenó sacerdote en Cracovia el 1 de noviembre de
1946. Fue enviado a Roma en 1948 para estudiar el doctorado en Teología. Fue
vicario en diversas parroquias y capellán de los universitarios hasta 1951; pasó
a ser profesor de Teología Moral y Ética Social.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado por el papa Pío XII, Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la Ordenación Episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la Catedral del Wawel. El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967.
Los reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II, y seis días después comenzó solemnemente su ministerio petrino como el 263 sucesor del apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia, casi 27 años.
El 4 de julio de 1958 fue nombrado por el papa Pío XII, Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la Ordenación Episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la Catedral del Wawel. El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967.
Los reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II, y seis días después comenzó solemnemente su ministerio petrino como el 263 sucesor del apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia, casi 27 años.
En
el pensamiento de Juan Pablo II, hoy santo de nuestra Iglesia, hubo muchas
prioridades, pero una por la que se desvivía era la de los jóvenes. Considero que
tenía muy claro por experiencia personal que en el corazón de ellos es donde se
conciben y se forjan las perspectivas futuras de la humanidad.
La
respuesta es posible que la haya tomado desde muchos ámbitos como son: los grandes
pilares de valores de sus padres, el verdadero amor que recibió de sus amigos,
la gran pasión por la vida, la confianza en su creador de quien siempre sintió
su compañía y su voluntad fuerte para no tener una mentalidad pesimista de lo
que le rodeaba mundialmente.
Ya
en su pontificado, no podía entender esta cuestión: ¿Cómo es posible que muchos
jóvenes amigos y compañeros nuestros estén cansados de la vida antes de empezar
a vivirla? ¿Cómo aceptar que estén de vuelta de todo sin haber ido a ninguna
parte?
La
juventud era para él «un gran don divino
y una extraordinaria riqueza del hombre»,
es por ello que en su pontificado una de las prioridades fueron los jóvenes, por
lo que comenzó las jornadas cada año, invitando a vivir plenamente felices y
según su naturaleza, es decir con la razón y con la fe del corazón, con el
entusiasmo de hacer del mundo algo mejor: «Jóvenes,
la Iglesia necesita de su entusiasmo y generosidad […] necesita del testimonio
de su esperanza y de su ardor para cumplir mejor la misión. La misión de llevar
a todos esa chispa de alegría, paz y armonía».
«Tenemos
necesidad de la alegría original que Dios tuvo al crear al hombre. Los jóvenes
buscan a Dios, buscan el sentido de la vida, buscan respuestas definitivas […] En
esta búsqueda no pueden dejar de encontrar a la Iglesia. Y tampoco la Iglesia
puede dejar de encontrar a los jóvenes».
¿Recuerdas cuando México levantó a una voz la
frase: “Tú serás el amigo, que nos lleve a un mundo nuevo en tu gran corazón
infinito”? Considero que fue porque en él vimos a un joven pleno que nos dio
ejemplo, pues estamos llamados a salir de nuestro confort, a hacer lío en las
estructuras sociales que reprimen la dignidad de la persona, a testimoniar con
obras nuestra fe, a vivir nuestra juventud plenamente.
Les
pregunto jóvenes: ¿son capaces de entregarse, de entregar su tiempo, energía y
talento por el bien de los demás? Si lo son, entonces la Iglesia y la sociedad
pueden esperar grandes cosas de cada uno de ustedes.
No
teman responder al llamado del Señor. Dejen que su fe brille en el mundo, que
sus acciones muestren su compromiso con el mensaje salvífico del Evangelio.
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