El llamado de Dios al hombre.
No tengamos miedo de sentirnos llamados por Él, no tengamos
miedo de sentirnos mirados por el Señor.
Por: Pbro. Adolfo Lugo Alvarado
cuál es el sentido de su existir.
Una de las fundamentales, que da trascendencia y sentido, es ¿a qué me llama Dios? Así, la persona
se aventura a una bella experiencia que conocemos como vocación, pero ¿cómo saber si el Señor me
llama? O, ¿cómo saber si lo que yo pienso es en realidad lo que quiere Dios?
En este momento comienza un drama en el ser humano, ya que entra en juego su libertad, debe dar una elección y se ve reflejada en la pregunta constante: ¿cómo saber si Dios me llama? El Señor le
pide al hombre salir de sí, entregarse, prestar un servicio, pero sobre todo lo invita a ser feliz.
Muchas veces, en nuestra vida, nos cuesta trabajo escuchar la voz amante de Dios, esto es debido
a que las cosas que hacemos nos van envolviendo en una red de la que muchas veces no podemos
escapar. Sentimos que no somos llamados a nada o, peor aún, nos dejamos llevar por lo que hay en nuestro alrededor, por lo que todos siguen, por lo que todos hacen.
A veces sentimos la desolación de no saber hacia dónde caminar, de no saber qué es lo que quiere el Señor de nosotros, de perdernos en un abismo que no nos deja mirar hacia fuera; nos olvidamos
de que Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6).
Debemos estar conscientes todos los días que Dios nos llama, así como somos, porque lo que somos
y tenemos hay que ponerlo al servicio de los demás. Es por eso que el objetivo del trabajo es recordar a cada fiel cristiano que tiene una llamada, y que ésta sea viva y actual porque exige de nosotros
un compromiso de amor, ya que nuestro principal llamado es amar a Dios y al prójimo (cfr. Mc 12,28-34).
En el texto analizo un poco acerca del dinamismo de la vocación, para tener claro cómo es que llama Dios y cuáles son los elementos que componen este llamado, el movimiento del Señor hacia el hombre y del hombre hacia el Señor.
En la parte bíblica estudio cómo Dios llama a algunos personajes, y que, a cada llamado corresponde
una respuesta y después un compromiso o misión, características propias de este acto.
Los padres de la Iglesia van a concretar la llamada de Dios, haciéndonos reflexionar acerca de la
vocación a la que estamos llamados todos: a la santidad y a ser perfectos para así poder dar frutos abundantes.
Los teólogos y el Magisterio de la Iglesia nos ayudarán a comprender que la llamada no es sólo para una parte de nosotros o para un tiempo determinado, sino que la vocación abarca todo lo que somos; mira al hombre completo y así es como deberá responder con generosidad. Toda vocación es para
ponerla al servicio de los demás y de la Iglesia.
También expongo un poco el camino de discernimiento que debemos de hacer para escuchar la voz de Dios, además de algunas pautas para el proceso y promoción vocacional enmarcados en el dinamismo de la Iglesia.
En un clima de oración y recogimiento es donde podremos escuchar la voz de Dios, y es ahí en donde le pedimos que muchos más la escuchen, dando testimonio en el mundo del gran amor que el Señor tiene a cada uno de nosotros, ya que a todos nos habla por nuestro nombre.
El llamado es signo del gran amor y predilección que nos tiene, y lo vemos reflejado cuando llama
a los que lo siguen, cuando ama a los que, desde su libertad, eligen servirlo con generosidad, y cuando acompaña a los que llama; llamada que debe descubrir cada hombre en lo profundo de su corazón.
Al final de este trabajo puedo sentir la satisfacción que quien lo lea experimentará el consuelo de Dios, porque muchos han tratado de escuchar su voz, otros ya la han descubierto, pero creo que después de leer este contenido será más viable comprender el modo enque habla Dios, cómo se dirige a nosotros, cómo nos va cautivando y cómo nos va envolviendo en su amor.
No tengamos miedo de sentirnos llamados por Él, no tengamos miedo de sentirnos mirados por el Señor (Cfr. Jn 1,35-51), al contrario, vivamos alegres de ser sus elegidos, de ser los que por amor han decidido seguirlo cumpliendo con nuestra misión, siempre felices de saber que «yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí» (Gal 2,20a), porque me ha mirado a los ojos.
Los invito a dejarse sorprender día con día de la llamada de Dios, no nos cerremos a ella, no pongamos murallas de egoísmo y de soberbia, dejemos que el Señor haga su obra en cada uno de nosotros, que su ternura nos envuelva y nos conduzca desde nuestra libertad a la generosidad de entregar nuestra vida.
Si bien el sujeto principal del trabajo es Dios que llama, es igual de importante el hombre que responde, ya que sin él la llamada no tendría resonancia en ningún ámbito. Dejarse sorprender por el
Señor es, en definitiva, dejar que Él nos moldee, dejar que sea nuestra motivación primera, dejar que siga actuando y habitando en nuestro corazón.
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