La Iglesia responde a las necesidades de la familia
mujer
Por:
Sem. H. Esteban
Carrasco Ibarra
Tercero de Teología
La vida de la Iglesia en la familia
se desarrolla primero como una exigencia evangelizadora, no sólo como una
estructura social, sino como un don que Dios da a las personas para establecer
un hogar dentro de la sociedad.
Nunca olvidemos que el Señor está presente
en todas nuestras realidades y nunca nos abandona, por ello, es el Espíritu
Santo el encargado de guiar, acoger y vivir el proyecto de Dios en nuestras
familias; debemos comprender que nunca estamos solos ante las propuestas
seductoras que hoy hace el mundo en contra de la verdad y dignidad de la
persona.
La Iglesia responde a estos
requerimientos con el documento sobre la misión de la familia en el mundo
actual (Familiaris Consortio). En su
primer capítulo habla de una necesidad de conocer, reconocer y aceptar la
realidad que actualmente se vive. El discernimiento se lleva a cabo desde el
sentido y la acción de la fe según la diversidad de dones y carismas que se nos
dan para ejercer con responsabilidad desde el ejercicio de nuestra caridad, es
decir, desde la respuesta que cada uno quiere dar a Dios en la vivencia de la
familia.
Esto no excluye a nadie, pues algunos
pueden ser padres, otros podemos ser hijos, pero todos estamos injertados en
una familia y en la familia eclesial donde la Iglesia se hace madre para
acogernos y ayudarnos en nuestras necesidades desde la oración y la acción.
Las personas que ejercen vida esponsal
nunca olviden que el Señor otorga un carisma propio en el don del matrimonio.
No tenemos por qué ser pesimistas ante los golpes que ahora sufre la estructura
de la familia, pues en ella se halla la salvación de Cristo y en nosotros está
la libertad y el amor de Dios para optar por valores fundamentales que no
degraden la dignidad de la persona.
La educación en el amor enraizado en
la fe puede conducir a adquirir la capacidad de interpretar los signos de los
tiempos o señales que son la expresión histórica del amor de Dios al hombre y
mujer.
Viviendo en un mundo bajo presiones,
derivadas sobre todo de los medios de comunicación social, nosotros no siempre
hemos sabido mantenernos inmunes del oscurecimiento de los valores fundamentales
como la vida y la familia, pues muchas veces no nos informamos y mucho menos
nos formamos para establecer construcciones de humanismo familiar en nuestro
entorno social.
Es importante no hacer de lado fomentar
el interés por iniciar un trabajo en cada familia donde se promuevan valores
que fortalecen nuestra dignidad como personas y no dejarnos llevar por simples
modas que solamente se viven para dar gusto a muchos grupos consumidores, y que
al final nos dejan una enorme falta de identidad en cada uno de nosotros como
hijos de Dios.
Defendamos la estructura de la
familia. No con argumentos sino con el ejemplo, y rescatemos los valores ya
casi olvidados para promover los verdaderos derechos del hombre y la mujer;
busquemos la justica en las estructuras de nuestra sociedad y trabajemos en el
humanismo que no sólo aporta a los hombres una relación con Dios, sino que lo
conduce a Él de modo más pleno.
«La
educación de la conciencia moral que hace que todo hombre sea capaz de juzgar y
de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original, se
convierte así en una exigencia prioritaria e irrenunciable»
(FC 8).
La Iglesia exhorta a toda persona a
una transformación continua que se desarrolla en un proceso dinámico desde
nuestras acciones por defender a la familia. En esta realidad la Iglesia acepta
las distintas culturas de los pueblos para expresar mejor las riquezas de
Cristo, es por eso que la inculturación de la fe cristiana se lleva a cabo
también en el ámbito del matrimonio.
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