La Cuaresma, camino de preparación para la Pascua
Por: Sem. Miguel Ibarra Sánchez
Segundo de Filosofía
· Para comenzar a practicar la
misericordia primero hay que alimentarnos con el sacramento de la penitencia,
en el que Dios, como un Padre amoroso, nos estará esperando con los brazos
abiertos.
“Este tiempo de la Cuaresma, en sintonía con el año de la misericordia, tendrá que ser para todos los cristianos una escuela del amor, del perdón y de la reconciliación con Dios, con el prójimo y también con uno mismo”.
El paso del hombre por este mundo
siempre se verá delimitado por el espacio y el tiempo. Su actuar siempre se
verá delimitado por un aquí y un ahora. Es por esto que a lo largo de la historia
se ha visto que el hombre, pese a su cultura, necesita apoyarse de un
calendario que le ayude a ordenar más fácilmente su modo de vida; así vemos los
que están regidos por las estaciones climáticas.
Por eso, para los católicos también
se nos ofrece un calendario (litúrgico) que va marcando nuestra vivencia
cotidiana de la fe. Este tiene su único fundamento en los misterios de nuestro
Señor Jesucristo; es decir, en el paso de Cristo como verdadero Dios y hombre
por este mundo. Es un ciclo que inicia desde su concepción hasta su
Resurrección gloriosa de entre los muertos.
Por ahora nos detendremos a hacer
conciencia acerca del tiempo litúrgico de la Cuaresma. Se debe tener en cuenta
que lo que le da real importancia a este tiempo es el sentido preparativo para
poder entrar en el misterio Pascual; es decir, para vivir con un corazón bien
dispuesto el tiempo de la Resurrección de nuestro Señor. ¡Es ilógico que
alguien quiera entrar a una fiesta sin llevar su traje!
La Cuaresma tiene un periodo de
cuarenta días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo. Este
tiempo tiene una fuerte carga simbólica. Nos remiten al periodo que el pueblo
de Israel anduvo por el desierto para llegar a la tierra prometida; al tiempo
en que Moisés se retiró a la montaña para estar en la presencia de Dios; pero
sobre todo, nos recuerdan el tiempo en que nuestro Señor Jesucristo permaneció en
el desierto, preparándose mediante el ayuno y la oración, para después salir a
predicar la venida del reino. De aquí que la Cuaresma sea un tiempo de
conversión, penitencia y ayuno.
Aunque la vivencia de este tiempo
es únicamente un medio que se nos ofrece como preparación para la Pascua, la
Iglesia nos pide que lo vivamos con un corazón comprometido. Y de la misma
manera nos ofrece una serie de herramientas que nos ayudarán a prepararnos
debidamente. Cabe destacar la presencia de algunos signos que caracterizan
fuertemente este tiempo.
Lo primero que notaremos será el
color morado, fácil de identificar en los ornamentos del sacerdote, por ejemplo.
Esto es signo de penitencia. Dentro de las celebraciones litúrgicas también se
notará la ausencia del cirio pascual; los cantos tendrán un toque de austeridad
e incluso se percibirá fácilmente que no se entona el Gloria; las lecturas
bíblicas serán en orden a la penitencia y la conversión.
En cuanto a lo que la Iglesia nos
pide que realicemos para vivir con más intensidad este tiempo, debemos ser muy
realistas y cuestionarnos acerca del sentido que le damos. Por ejemplo, a la
misma ceniza que se nos impone el miércoles en que iniciamos la Cuaresma, al
ayuno, a la penitencia, a la limosna, a la abstinencia de no comer carne y a
los sacrificios.
Porque podemos caer en el extremo
de tomar estas herramientas como una carga pesada difícil de llevar si no lo
estamos viendo con ojos de fe, si únicamente nos quedamos en el hecho de ayunar
por ayunar, de no comer carne por no comer carne.
Más bien, debemos ver esto con
una mirada más profunda, con una mirada de fe. Hay que verlo como una
oportunidad para unirnos en los sacrificios de nuestro Señor en el desierto;
obviamente nos veremos tentados a pensar que es imposible, o que es demasiado
difícil, pero no hay que preocuparnos mucho por esto, más bien recordar que
Jesús también fue tentado por el demonio mientras permaneció en el desierto.
Ahora bien, no podemos pasar por
alto el tiempo de gracia en el que nos encontramos. Este año de la misericordia
que el Papa nos propone para reconciliarnos con el hermano y con Dios, para
dejar de ver al otro como un extraño y comenzar a verlo como nuestro prójimo;
es decir, para preocuparnos por el que está a nuestro lado sin importar si lo
conocemos o no, para perdonar y aprender a reconciliarnos con quien nos ha
ofendido, aprendiendo a ser misericordiosos como nuestro Padre Dios es
misericordioso.
Y, de igual manera, para que tengamos
un corazón humilde capaz de reconocer que hemos ofendido al hermano y saber
pedirle perdón. Este tiempo de Cuaresma en sintonía con el año de la
misericordia tendrá que ser para todos los cristianos una escuela del amor, del
perdón y de la reconciliación con Dios, con el prójimo y también con uno mismo,
pues hay que reconocer que en ocasiones nosotros mismos nos auto-lastimamos.
Recordemos que nadie da lo que no
tiene; por eso, para comenzar a practicar la misericordia primero hay que
alimentarnos con el sacramento de la penitencia, en el que Dios, como un Padre
amoroso, nos estará esperando con los brazos abiertos.
¡Dejemos que Él sane nuestras
heridas!
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