La misión del catequista en el siglo XXI
Por: Sem. Edwin García Alvarado
Segundo de Filosofía
«Prefiero mil veces una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma»; «un catequista que se atreva a correr el riesgo de salir y no un catequista que estudie, sepa todo, pero que se quede encerrado».
Ser y quehacer del catequista
El mandato del Señor es claro: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Por esto mismo, la Iglesia, a lo largo de los siglos, se ha preocupado por transmitir el mensaje de Cristo, y no solo eso, también custodiarlo. Ha hecho extensivo este mandato, de tal modo que como madre ha confiado y seguirá confiando a sus hijos la misión de instruir y hacer la presentación del Evangelio de un modo cercano y vivencial; de ahí la utilización del término «catequesis», que tiene su origen en vocablos griegos que significan instruir.
Es por ello que el mismo ser del catequista dentro de la Iglesia surge de la iniciativa divina, de querer poner en nuestras manos la misma palabra, de tal modo que sea eco de lo pronunciado por Dios. Nuestra voz es extensión de lo divino, de manera que transmitir la Buena Noticia tiene también un carácter humano. El Señor ha querido hacernos partícipes de su obra redentora.
Por todo lo anterior, la invitación de Jesús es a colaborar llevando su mensaje, pues es una verdadera vocación y un verdadero llamado; de ahí que la naturaleza de la catequesis es el servicio a la palabra, que es superior a nuestras fuerzas humanas, razón por la cual se debe considerar como un don de Dios, pero también como un esfuerzo. Por su naturaleza misma, la vocación del catequista se perfila y entiende partiendo de la comunidad cristiana y no cristiana, de llevar al que desconoce el mensaje de salvación a la integración en el pueblo santo del Señor.
Del ser se desprende su quehacer y de su concepción su acción, pues su misma naturaleza le da un sentido de fecundidad y vitalidad; la instrucción no queda en meros conceptos y nociones doctrinales, sino que la finalidad de la catequesis es tratar de proporcionar la comunión con Jesucristo.
Su tarea dentro de la Iglesia es de modo activa, implica salir de sí para ir al otro y compartir la alegría de la salvación dada por Jesucristo y confiada a la Iglesia, de tal modo que el mensaje sea inclusivo. El catequista, dentro de su obrar, debe recordar constantemente que no es un llamado para sí, sino que su labor es fundamental, y que a lo largo de los siglos se ha ido experimentando: el ministerio de la catequesis ha mantenido en muchos lugares y por mucho tiempo viva la fe.
Es de importancia puntualizar que de su ser brota su quehacer y no de su quehacer su ser, es decir, quien educa en la fe debe conducir «al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio sin tener miedo de salir de los propios esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá», ha dicho el papa.
Es por ello que el mismo ser del catequista dentro de la Iglesia surge de la iniciativa divina, de querer poner en nuestras manos la misma palabra, de tal modo que sea eco de lo pronunciado por Dios. Nuestra voz es extensión de lo divino, de manera que transmitir la Buena Noticia tiene también un carácter humano. El Señor ha querido hacernos partícipes de su obra redentora.
Por todo lo anterior, la invitación de Jesús es a colaborar llevando su mensaje, pues es una verdadera vocación y un verdadero llamado; de ahí que la naturaleza de la catequesis es el servicio a la palabra, que es superior a nuestras fuerzas humanas, razón por la cual se debe considerar como un don de Dios, pero también como un esfuerzo. Por su naturaleza misma, la vocación del catequista se perfila y entiende partiendo de la comunidad cristiana y no cristiana, de llevar al que desconoce el mensaje de salvación a la integración en el pueblo santo del Señor.
Del ser se desprende su quehacer y de su concepción su acción, pues su misma naturaleza le da un sentido de fecundidad y vitalidad; la instrucción no queda en meros conceptos y nociones doctrinales, sino que la finalidad de la catequesis es tratar de proporcionar la comunión con Jesucristo.
Su tarea dentro de la Iglesia es de modo activa, implica salir de sí para ir al otro y compartir la alegría de la salvación dada por Jesucristo y confiada a la Iglesia, de tal modo que el mensaje sea inclusivo. El catequista, dentro de su obrar, debe recordar constantemente que no es un llamado para sí, sino que su labor es fundamental, y que a lo largo de los siglos se ha ido experimentando: el ministerio de la catequesis ha mantenido en muchos lugares y por mucho tiempo viva la fe.
Es de importancia puntualizar que de su ser brota su quehacer y no de su quehacer su ser, es decir, quien educa en la fe debe conducir «al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio sin tener miedo de salir de los propios esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá», ha dicho el papa.
El sumo pontífice ha dado las pautas y exhortado a los catequistas de la Iglesia Universal con las siguientes palabras: «Lo primero es estar con el Maestro, escucharle, aprender de Él. Y esto vale siempre, es un camino que dura toda la vida». El segundo elemento es el siguiente: «Caminar desde Cristo significa imitarle en el salir de sí e ir al encuentro del otro. Esta es una experiencia hermosa y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra. Cuanto más te unes a Jesús y Él se convierte en el centro de tu vida, tanto más te hace Él salir de ti mismo, te descentra y te abre a los demás». Finalmente, el tercer elemento «va siempre en esta línea: caminar desde Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias».
Por esto mismo, en su ministerio dentro de la Iglesia «llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime es el poder de Dios y no de nosotros» ( 2Cor 4,7); y lo importante es que ese tesoro nos viene directamente del Señor para ejercerlo con y para la Iglesia, pues en este recorrido de fe no caminamos solos, sino que muchos hermanos nuestros nos van acompañando con su oración y otros tantos esperan en lo íntimo de su corazón quién les pueda anunciar su palabra y llevarlos a Él.
Es también importante recordar el modelo de catequista que Francisco quiere para nuestras comunidades: «Si un cristiano sale a la calle a las periferias, puede sucederle lo que a cualquiera que va por la calle: un percance... Pero les digo una cosa: prefiero mil veces una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma»; «un catequista que se atreva a correr el riesgo de salir y no un catequista que estudie, sepa todo, pero que se quede encerrado».
Hermano: ¡No tengas miedo de responder al Señor Jesús! Te necesita para llevar su amor y llevar palabras de consuelo. «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Por esto mismo, en su ministerio dentro de la Iglesia «llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime es el poder de Dios y no de nosotros» ( 2Cor 4,7); y lo importante es que ese tesoro nos viene directamente del Señor para ejercerlo con y para la Iglesia, pues en este recorrido de fe no caminamos solos, sino que muchos hermanos nuestros nos van acompañando con su oración y otros tantos esperan en lo íntimo de su corazón quién les pueda anunciar su palabra y llevarlos a Él.
Es también importante recordar el modelo de catequista que Francisco quiere para nuestras comunidades: «Si un cristiano sale a la calle a las periferias, puede sucederle lo que a cualquiera que va por la calle: un percance... Pero les digo una cosa: prefiero mil veces una Iglesia accidentada y no una Iglesia enferma»; «un catequista que se atreva a correr el riesgo de salir y no un catequista que estudie, sepa todo, pero que se quede encerrado».
Hermano: ¡No tengas miedo de responder al Señor Jesús! Te necesita para llevar su amor y llevar palabras de consuelo. «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
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